Hace poco oí en las noticias (de Antena 3, por supuesto, que estas cosas tan monas sólo las dicen ellos), que según un estudio de la Universidad Chachiguay de los IUESEI (donde seguro que tienen una licenciatura en surf o algo así), tener amigos gordos es perjudicial para la salud. Sí sí sí, así es. Resulta que si te echas un amigo/a gordo/a te cambia el concepto de la realidad y acabas creyéndote que eso de estar obeso es guay. ¡Enhorabuena! Ya no sólo estás gordo, sino que además eres contagioso.
Esta gente yo creo que no piensa (ni los del estudio, ni los de Antena 3). Tú imagínate que tu hijo, ése al que en el cole llaman Boliche, al que siempre ponen de portero y al que le encanta el foie-gras; ese querubín regordete que siempre anda un paso por detrás de sus amigos, al que siempre le da flato cuando corre y eligen el último para los equipos, te llega un día llorando diciendo que la mamá de Manolito no le deja más jugar con él porque dice que le va a cambiar el concepto de la realidad y a lo mejor se pone tan feo como él. ¿Qué? ¿Cómo se te queda el body? ¿Qué coño haces entonces? ¿Le firmas un justificante y le dices "Anda cariño, lleváselo a la mamá de Manolito, que aquí certifica que lo tuyo es de tiroides"?
Digo yo, ¿no está la vida lo suficientemente jodida ya para que a estas alturas venga alguien a decir una cosa así? Yo no quiero justificar la obesidad porque estar gordo no es sano, pero ser obeso no es sinónimo de tener una vida poco plena o sólo plena de comida. Estamos acostumbrados (sobre todo influenciados por la televisión y especialmente por la norteamericana) a tratar a los gordos con sorna. A los tíos se les ve como a esos bobalicones que acompañan al tío más listo, que visten mal y huelen peor. Y las tías ya ni te cuento: son guarras, vagas, casi siempre de un estrato social bajo y más salidas que el pico de una mesa. Si son niños, la cosa no mejora. A ellos los pintan de brutos zampabollos, y las niñas aparecen casi siempre como repollos repipis adictas a los bombones.
No nos engañemos. Ser gordo, en la mayoría de los casos, no es una tragedia. Puede ser un poco trauma, pero no te mueres. Casi todos podemos recordar un amigo/a gordo/a en nuestras vidas (si no lo hemos sido nososotros mismos). Los hemos visto en bañador, hemos compartido bocatas con ellos, quedamos a tomar cervezas, cenamos o trabajamos, y no creo que eso haga perder la perspectiva de la realidad a nadie.
Meimen
Esta gente yo creo que no piensa (ni los del estudio, ni los de Antena 3). Tú imagínate que tu hijo, ése al que en el cole llaman Boliche, al que siempre ponen de portero y al que le encanta el foie-gras; ese querubín regordete que siempre anda un paso por detrás de sus amigos, al que siempre le da flato cuando corre y eligen el último para los equipos, te llega un día llorando diciendo que la mamá de Manolito no le deja más jugar con él porque dice que le va a cambiar el concepto de la realidad y a lo mejor se pone tan feo como él. ¿Qué? ¿Cómo se te queda el body? ¿Qué coño haces entonces? ¿Le firmas un justificante y le dices "Anda cariño, lleváselo a la mamá de Manolito, que aquí certifica que lo tuyo es de tiroides"?
Digo yo, ¿no está la vida lo suficientemente jodida ya para que a estas alturas venga alguien a decir una cosa así? Yo no quiero justificar la obesidad porque estar gordo no es sano, pero ser obeso no es sinónimo de tener una vida poco plena o sólo plena de comida. Estamos acostumbrados (sobre todo influenciados por la televisión y especialmente por la norteamericana) a tratar a los gordos con sorna. A los tíos se les ve como a esos bobalicones que acompañan al tío más listo, que visten mal y huelen peor. Y las tías ya ni te cuento: son guarras, vagas, casi siempre de un estrato social bajo y más salidas que el pico de una mesa. Si son niños, la cosa no mejora. A ellos los pintan de brutos zampabollos, y las niñas aparecen casi siempre como repollos repipis adictas a los bombones.
No nos engañemos. Ser gordo, en la mayoría de los casos, no es una tragedia. Puede ser un poco trauma, pero no te mueres. Casi todos podemos recordar un amigo/a gordo/a en nuestras vidas (si no lo hemos sido nososotros mismos). Los hemos visto en bañador, hemos compartido bocatas con ellos, quedamos a tomar cervezas, cenamos o trabajamos, y no creo que eso haga perder la perspectiva de la realidad a nadie.
Meimen